La fábula en la que se inspira la pieza es la poesía inscrita en las láminas de oro órficas cuyo lenguaje disecciona la comunicación de los vivos con los muertos para alejarlos del recuerdo y acercarlos al olvido. De hecho, más allá de la tradición mítica de la que es protagonista, Dioniso es la esencia del vacío, la exhibición de la nada, el pasaje de un estado a otro y de un instante a otro cuya mera presencia ya evoca la muerte, la revuelta, la fiesta y la insurrección, en otras palabras, la suspensión del tiempo histórico. La puesta en escena prevée la acogida del público a dos bandos mientras que el actor, provisorio, precario, condicionado y frágil por exceso, suspende por vía del sacrificio el léxico de la memoria y la flecha negra del tiempo.
Después de varios años sin pisar la escena Marco Regueiro dirige una pieza radicada en el teatro griego desde una visión contemporánea que no pretende ser ni benévola ni esperanzadora sino esotérica e inflamatoria. Opuesto al formalismo postmoderno su técnica apunta tanto a la kénosis como a la irreverencia, en la que el actor es la materia y la materia el actor, actitud que extiende a su visión del arte, independientemente del género, en la que defiende invertir la perspectiva monofocal para revelar la percepción autónoma del público. Preocupado por la función primaria y esquiva del teatro -la infancia del teatro y el teatro de la infancia- busca asociar la mirada con la imagen imperfecta como respuesta a una historia oculta, subterránea y amnésica del cuerpo.